PEÑA BARCELONISTA DE GUAREÑA

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TITO POR SIEMPRE ETERNO

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jueves, 19 de enero de 2012

COPA DEL REY CUARTOS DE FINAL (IDA)

R.MADRID 1-2 F.C.BARCELONA

Jose Mourinho no optó por el plan A, ni por el B. Sacó el C, que incluía la presencia en el once inicial de Ricardo Carvalho, fuera de circulación desde finales de septiembre, y Hamit Altintop, un futbolista con un papel residual en la plantilla. En el centro, trivote, liderado por Pepe, con Xabi y Lass como escuderos. Y arriba, toda la pólvora que aún entraba: Cristiano, Higuaín y Benzema. Enfrente, un Barça que sólo presentó la novedad de Pinto con respecto al que conquistó Chamartín el pasado 10 de diciembre. Un equipo ajustado al guión habitual, posesión y paciencia, frente a un Madrid que volvía a adecuar el suyo al rival. Todo un resumen de los tiempos que corren.



Anteriores frustraciones le advirtieron que el Bernabéu no celebra enroques y que Messi los castiga. El de Setúbal olvidó la historia y se condenó a repetirla. Se enrocó. Eso enfadó al público. Su alineación más. Fue un monumento a la vigorexia. Músculo, bíceps y a por ellos. Un rosario de contradicciones: Pepe en la media (estopa, cable pelado), Carvalho en la zaga (sin ritmo, inédito desde septiembre), Altintop de lateral (¿?), Coentrao (Marcelo suplente, pecado mortal) y arriba, Higuaín y Benzema juntos, algo que el propio Mou confesó que no era de su agrado. Alonso, sin balón, pasó de quarterback a cortador de césped. El madridismo rumiaba un temor: el fútbol iba a desnudar al resultadismo. En la primera mitad, el Barça secuestró la pelota y el Madrid se marchó feliz, mirando al marcador. En el segundo acto, la lógica se impuso. El equipo local tiró dos veces a portería y obró el milagro estadístico de convertir un tanto. Eso no alteró el plan del Barça. Su hoja de ruta fue la de siempre, la pelota. Los que la tenían no la soltaban y los que la despreciaban, corrían como pollos sin cabeza. Sucedió lo inevitable. Ganó el que trató mejor la pelota. El ballet de Guardiola, a través de su coreografía, convirtió un estadio de martirios históricos en el jardín de su casa. El Madrid no superó su ansiedad colectiva. El Barça agarró la pelota y le dio un baile. Fue más. Incluso sin estar a su más alto nivel, el Barça siempre fue más. Supo, quiso y pudo.

Sentido pésame para Pepe, que parece empeñado en sacar en silla de ruedas a los rivales, sin conseguirlo.



Su gesto cobarde, pisando la mano de Messi, fue su penúltima contribución a un historial que avergüenza al madridismo y al resto de aficionados, sean del equipo que sean, salvo al entrenador y al presidente que le siguen consistiendo esas actitudes más propias de un macarra que de un futbolista. Notable para Carles Puyol, el corazón de un equipo y la voluntad de un grupo, que fue muro, orgullo y testarazo cuando su equipo más lo necesitaba. Sobresaliente para Alexis Sánchez por su batalla, su entrega y su ardor guerrero en cada pelota, y para Andrés Iniesta, un sospechoso habitual del buen fútbol, que merodeó el gol y el balcón del área con tanta clase como maestría. Y matrícula de honor para Eric Abidal, que festejó su reciente celebración demostrando que los héroes son personas corrientes capaces de cosas extraordinarias en momentos puntuales.





Si el éxito consiste en vencer el temor al fracaso, el Madrid está lejos del éxito. Su trauma, lejos de mejorar, empeora. Mou ha probado casi todo y no le sale casi nada. Está a años luz de poderle mirar futbolísticamente a los ojos a este Barça. Puede confundir las piernas con balones, cargar contra Unicef, redefinir el señorío y echarle la culpa al villarato, el placebo en el que se recuesta para seguir engañándose a sí mismo. Pero la realidad es que, ni en su mejor versión, la futbolística, ni en sus episodios más pendencieros, este Madrid puede con este Barça. Su herida psicológica se ha convertido en una hemorragia que no encuentra torniquete. Su trastorno severo ante el color azulgrana ya es una cuestión de bata blanca. Es inferior. Más allá del resultado, su propuesta ante el Barça es raquítica, casi anoréxica con la pelota. Su rodillo mediático seguirá insistiendo en adelantar los éxitos, que es el mejor modo de acelerar los fracasos, pero el club debe reflexionar acerca de su futuro. Debe cuestionarse si merece la pena sacrificar los valores por ganar. La eliminatoria aún está viva. Es posible que el Madrid conquiste la Liga, la Copa del Rey y la Liga de Campeones. Pero es intrascendente. El planeta sabe quién es el mejor equipo del mundo a día de hoy.

Los falsos profetas del fin de ciclo han quedado retratados. Otra vez. Ellos dicen mierda y hay quien les dice amén. Pero la realidad es tozuda. El fin de ciclo está lejos. Gritan fin de ciclo y ellos son el ciclo del fin. ¿Ganar o perder? Esto no se reduce sólo a eso. Los títulos son lo de menos. La imagen, lo de más. Este Barça cada vez se parece más a su entrenador. El Madrid, también. Mourinho habla y engorda su ego. Guardiola habla y empequeñece a otros. Una institución fabrica Balones de Oro y la otra los compra. Un club saca pecho por La Masía, el otro condena a su cantera a malvivir como un Mercedes abandonado en un garaje. El ciclo, lejos de llegar a su fin, se ha invertido. El que antes se aferraba a las excusas, el Barça, ahora es el amo y señor de la pelota. Y el que antes era el mejor con la pelota, el Madrid, se ha convertido en un acomplejado que culpa al empedrado. El Barça golea en la batalla de la imagen, el Madrid sigue deteriorando la suya. El partido fue un retrato voluntario de qué significan, a día de hoy, ambos equipos. El Barça habló con la pelota. El Madrid, con las patadas.

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